Los que habéis estado conmigo todos estos años creo que si os preguntara cuál es la temática con la que identificaríais esta página muchos dirías que con la sastrería artesanal. Y aunque para mi la temática de este rincón son los productos del vestir masculino, en general, más especiales y artesanales es cierto que la sastrería ha ocupado gran parte de este espacio.
Con el paso del tiempo he tenido la suerte de conocer el trabajo de grandes sastres tanto nacionales como internacionales y aunque no sea de todo el mundo grato de escuchar creo haber llegado a una conclusión; conclusión que conforme pasa más tiempo y más conozco no hago más que ratificar. A nuestra sastrería artesanal le falta estilo pero le sobra calidad de mano de obra. Si bien el primer punto siempre será algo subjetivo sobre el que no cabe discusión es sobre la calidad del trabajo artesanal de nuestros sastres. Y este gran trabajo de nuestra sastrería nacional es ratificado por cuantos sastres internacionales la han conocido.
Respecto al estilo, es cierto que tenemos un largo camino que recorrer. Basta ver como visten los sastres de primera línea internacionales y como visten los nuestros para comprender que el concepto de estilo de unos y otros poco, o nada, tiene que ver. Y este déficit de estilo personal se termina transmitiendo en mayor o menor medida a las prendas que estos confeccionan. Esto unido a la timidez del cliente español da como resultado prendas con un enorme trabajo artesanal pero sin “punch”, alma, adrenalina, expresión, duende, estilo, o como queramos llamarlo. Y uno de los culpables de esta situación es, siempre a mi entender, la elevada edad de las tijeras nacionales.
Por ello, el artículo que traemos esta semana a nuestra página es de un gran interés al unir lo mejor de los dos mundos: la artesanía en su máxima expresión y la juventud, las ganas y un concepto totalmente actual de la sastrería artesanal. Y si esto fuera poco hemos conseguido sacar de su taller a esa persona que nunca vemos pero que en gran medida es la gran responsable de la prenda que nos llevamos a casa. José Alonso, “el maestro”, Daniel Schleisnner, “la esperanza” y María Alonso, “la ejecución”.
El limitarse a hacer entrevistas a sastres, camiseros, zapateros etc. no permite enjuiciar si lo que dicen las palabras de los entrevistados concuerda con la realidad. Por ello, solo viendo como trabajan y el resultado final de la prenda final sobre un cliente real, y no sobre un maniquí, desvela la realidad de su creatividad y la verdadera destreza de sus manos.
Aunque un sastre completo no debería tener problema alguno en confeccionar cualquier tipo de prenda, la realidad es que siempre hay una por la que le sienten un cariño especial o con cuya confección disfrutan más. Y es por norma general esa prenda la que traemos a esta página. Y en el caso de la sastrería Daniel Schleisnner escogieron un gabán, y como veremos en siguientes capítulos no cualquier gabán, para llevar a cabo este artículo.
Debido a lo interesante de estos tres personajes y de todo lo que nos tienen que contar al igual que hicimos con el zapato bespoke de Norman Vilalta dividiremos este reportaje en tres capítulos. Un primero, este, donde narraremos la historia de cada uno de ellos, otro donde hablaremos sobre la primera prueba y un tercero donde uniremos la segunda y tercera prueba.
MARÍA ALONSO
Aunque el orden de los factores no altera el producto, empezaremos hablando de María Alonso persona sin la cual hoy las prendas de la sastrería de Daniel Schleisnner no estarían tan bien consideradas como lo están tanto por sus propios clientes como por la propia competencia.
María, 34, nos cuenta que empezó en el oficio con quince años, concretamente en la sastrería de su padre ayudándole principalmente sobrehilando y cosiendo ojales. Tras seis años con él y ya con un bagaje profesional importante, sabia ya hacer camisas enteras, este la anima a que haga el curso de cortador de la Confianza siendo una de las solo dos chicas de su curso. Y según apunta Daniel, quien compartió aula con ella, fue el mejor alumno de su año destacando en la realización de las láminas (proceso de marcar a escala en una hoja DINA4 toda la prenda como si se hiciera sobre la tela). A diferencia de otros alumnos, ella tiene la suerte de poder poner en práctica lo que aprende en clase en la sastrería de su padre y perfeccionar al mismo tiempo la técnica de costura. Si en la clase aprendía la base del corte en el taller de José picaba solapas, hacía bolsillos de pecho, ojales, pantalones etc.
De aquellos años recuerda la obsesión de su padre con la pulcritud de la técnica y con hacer bonito sobre todo aquellos detalles que no se apreciaban a simple vista. De hecho Daniel apunta que aunque con él trabajan diferentes oficialas es muy fácil reconocer las prendas hechas por María. Terminado el curso, María vuelve a la sastrería de su padre en General Pardiñas especializándose en la realización de chaquetas y en conocer un poco más la técnica de su padre de cortado. No obstante, su padre no deja de insistirle en la importancia de conocer la realización de todo tipo de prendas y la “obliga” a hacer desde fajines para esmoquin hasta corbatas.
Con el paso del tiempo se especializa en el trabajo de aguja y dedal dejando la parte de atención al cliente y probador a su padre; en parte también porque según nos cuenta hoy sigue siendo todavía muy difícil para una mujer ocupar ese espacio al seguir prefiriendo el cliente un hombre a una mujer. Dicho esto Daniel nos comenta que es de las pocas personas del gremio en vida, y eso que solo tiene 34 años, que podría hacer en su totalidad desde cero y sin la ayuda de nadie desde una camisa o un abrigo hasta un esmoquin o un chaqué. Además como tanto Daniel como José señalan una chaqueta magníficamente cortada pero mal cosida es un desastre mientras que una chaqueta medianamente bien cortada pero bien cosida se puede fácilmente salvar. Y por ello ambos insisten en apuntar que hoy es mucho mas importante tener un buen oficial que un buen cortador; entre otras cosas porque cortadores siempre habrá pero buenos oficiales no.
Cumplidos los 31 años y con 16 ya de experiencia termina el contrato de alquiler de la sastrería de General Pardiñas y sigue colaborando para otros sastres por indicación de su padre y con el objetivo de conocer diferentes formas de trabajar. Concretamente como todavía hoy lo sigue haciendo, compagina el trabajo para su padre colaborando con las sastrería Moisés Córdova y Jaime Gallo de quienes dice que aprende mucho porque la técnica es totalmente diferente de unos y otros. En su día hizo lo propio con Fernando Hervás hasta que se jubiló.
Esto nos lleva a preguntarla cuál de todos los sastres para los que trabaja o cual de todos los que ha conocido considera tiene mejor calidad de mano. Y su respuesta no le aguanta ni medio segundo entre sus labios: “mi padre, sin ningún lugar a dudas”. “Y si hablamos de estilo: Collado. Para mí el verdadero artista de la sastrería”. “La pasión que tiene mi padre no la pone nadie y ello se ve en la prenda en su perfección, delicadeza, atención al más mínimo detalle y en definitiva en todo el amor que ves solo en ella”. “Mi padre no hace prendas perfectas pero las hace como él quiere”. “Las prendas que entrega mi padre como digo puede que no sean perfectas pero están hechas exactamente como el quiere que estén hechas”. “Además a diferencia del resto de sastres de primera fila mi padre hace él toda la prenda. Es de los pocos que puede decir que esa chaqueta o ese abrigo es suyo y solo suyo. Otros dirigen el proceso pero no son ellos quienes hacen y cosen las prendas”.
Hoy María cada vez hace menos pantalones y camisas ya que los sastres para los que trabaja prefieren utilizarla en prendas o detalles más complicados. Igualmente, y según nos comenta no le compensa hacer camisas porque estas le llevan del orden de 22 horas y un traje, sobre todo si sabe que es para su padre, unas 62 horas. Apunta que ahora también se dedica más tiempo a cada prenda porque las telas son mucho más difíciles de trabajar por su composición y ligereza. Además según comenta hoy el sastre debe ser un experto en telas ya que al planchar una chaqueta la tela puede encoger de tal forma, hasta dos centímetros, que te obligue a tirar la chaqueta. Hay además que saber donde cortar exactamente e incluso, como en el caso del lino. estudiar la mejor cara de la tela ya que puede haber diferencias importantes.
Esto nos da pie a preguntarla si entonces los sastres de ahora son mejores que los de antes. Si bien señala que ella cree que sí su padre la interrumpe para preguntarnos si podríamos cualquiera de nosotros afirmar si Messi es mejor de lo que era Alfredo di Stéfano. “Cada uno fue el mejor en el momento que le tocó vivir. Y hoy como ayer de haber coincidido, los dos se habrían adaptado al futbol de la época y seguro que habrían sido también los mejores del mundo”. Sobre lo que no muestra duda alguna es sobre qué país tiene mejor mano de obra. Según su experiencia viendo prendas de clientes tanto nacionales o extranjeros que las llevan a las diferentes sastrerías para que se las modifiquen es de la opinión de que como mínimo la mano española está al mismo nivel que la mejor. Sin embargo, también apunta que en marketing, y estilo, estamos por debajo y eso se nota entre otras cosas en la gran diferencia entre los precios que se cobran aquí y los que se cobran fuera.
Sobre qué le deparará el futuro, María nos dice que solo la sociedad lo sabe. Si en unos diez años el cliente de sastrería no tiene reparo en tratar con una mujer a ella no le importaría tener su propia sastrería. Su padre cree que si ella quiere no debería tener ningún problema en conseguirlo ya que tiene mucho amor propio y una afición y destreza con la aguja que no es nada fácil de encontrar al menos en España. De hecho solo considero como alumnos míos a Daniel y a ella.
DANIEL SCHLEISSNER
Daniel, 43, natural de Madrid al contrario de lo que se suele estilar en la profesión decidió primero cursar la licenciatura de económicas antes de coger las tijeras. Aunque se formó como actuario de seguros, la tradición familiar le tenía guardado lo que sería su futuro desde prácticamente su nacimiento. En concreto, su abuelo Tomás Sánchez ya era camisero y cuando se jubiló le puso una tienda a su madre, la Camisería Sánchez Caro, en la Calle Monte Esquinza; donde todavía hoy se siguen haciendo unas de las mejores camisas de España.
Su abuelo y su madre trabajaron juntos durante cuatro años hasta que fallece el abuelo de Daniel y se hace cargo del negocio su hermano Javier. (“Mariano Langa era amigo de mi abuelo y fue quien inició a mi hermano haciendo camisas”). Daniel por entonces se encargaba de los recados y tras comprobar que no sería feliz como actuario de seguros empieza a cortar camisas en la mesa de la cocina de sus padres mientras ayudaba a su hermano con las camisas que le encargaban Rafael Yuste y Antonio Puebla.
Daniel habla con su hermano y ven que podrían ampliar mucho los servicios de camisería en Madrid y no duda en ofrecer sus servicios a Alberto y a Manuel Calvo de Mora, Jaime Gallo y a Milford. Al final son Cecilio Serna, Milford y Manuel Calvo de Mora quienes confían en él y le delegan la confección de las camisas de sus clientes.
Estuvo haciendo camisas unos años hasta que entabla una estrecha relación con Manuel y Alberto Calvo de Mora, cuando este estaba en la sastrería Cervantes de Marqués Riscal 5. Manuel Calvo y Cecilio Serna le animan a hacer el curso de cortador de la Confianza. Durante su año en la Confianza comparte espacio con María Alonso quien nos cuenta como anécdota que no hacía más que reírse de él por la poca pericia que tenía con la máquina de coser. Terminado el curso de la Confianza, su hermano se rige como su mejor propaganda y muchos de los clientes de la camisería empiezan a probar con Daniel entre otras cosas por lo competitivo de sus precios.
Poco después se une a la sastrería de Miguel Framit de la calle Velázquez y este le enseña a probar. Mientras tanto, Manuel también le enseña y le insiste que su futuro será siempre mejor si no olvida basar su trabajo en el “método” (técnica propia de la escuela de la Confección). Por diferentes motivos la sastrería de Velázquez no funciona todo lo bien que les gustaría y Daniel le propone a Miguel Framit irse con él al sótano que había debajo de la camisería de su hermano. Poco después le surge la oportunidad de irse a trabajar con Alberto Reventún quien le perfecciona mucho la técnica de costura.
Estando con Reventún le surge la oportunidad de coger la sastrería de Luis Villaseca en la Carrera de San Jerónimo. A esta sastrería iba por las mañanas mientras que las tardes las dedicaba a su sastrería. De su tiempo con Luis, escaso un año, recuerda con especial emoción el haber conocido al oficial Juan. Tras conocerlo, Juan, Toñi y Mari Paz se van con él a su sastrería. “Esos primeros años en mi propia sastrería fueron muy buenos porque estas tres personas, se convirtieron en mi taller y me permitieron entregar prendas de gran calidad”.
Ya en el año 2005 se cambia del sótano de la camisería de su hermano de Monte Esquinza a unos número más allá donde permanece desde entonces pero ya con el nombre de sastrería Daniel Schleissner . En el 2006 Villegas y Ricardo, herederos de Marín y Lozano, se jubilan, le conocen, compaginan muy bien y le pasan toda su clientela. Esto nuevos clientes, clientes cuyo nivel según Daniel te mantienen fácilmente una sastrería, le permiten coger más oficiales y empezar a hacer un número importantísimo de trajes ya en los años 2007 y 2008.
Hoy la sastrería Daniel Schleissner cuenta con ocho oficiales y su ritmo de entregas le ha animado a coger a dos chavales para irles enseñando (algo muy inusual en el mundo de la sastrería española por el miedo a enseñar a alguien que luego pueda llegar a ser tu competencia).
A Daniel no le importa decir que su especialidad no es coser sino que siempre ha preferido especializarse en la venta del traje, su corte, el afinado y la prueba del mismo. Dicho esto, él es perfectamente consciente de la importancia de una buena mano de obra y por ello no dudó en coger a la que él considera la mejor oficial española, María Alonso, como su oficial de cabecera y de esta forma complementar los conocimientos que él pudiera no tener todavía suficientemente perfeccionados.
Nos interrumpe José para explicarnos que no hace muchos años atrás, e incluso todavía hoy, los sastres no eran sastres sino mero cortadores. “Antes los sastres se especializaban en figuras como la del cortador porque había trabajo de sobra y no necesitaban conocer otras fases del proceso de construcción de la prenda”. “Normalmente el cortador era quien trataba con el cliente, probaba y afinaba la prenda. Pero era el oficial o oficiala quien la cosía”. “Pocos sastres cortadores en España saben coser y montar una prenda”. Para Alonso un sastre tiene que conocer todos los oficios, debe saber coser, cortar, probar, conocer de telas, de fisionomía; en definitiva ser un sastre global. “Solo haciendo tú la totalidad de la prenda te puedes asegurar que la prenda es el resultado de eso que tu imaginaste cuando vistes por primera vez a tu cliente”.
Cuando le preguntamos a Daniel por los grandes maestros vivos nos responde que en primer lugar y sin duda alguna para él no ha habido nadie como José Alonso. No obstante, destaca el afinado y la limpieza de costado de Jaime Gallo y la hechura de Manuel Calvo de Mora. Daniel define su prenda fetiche como una prenda muy desestructurada, suelta, poco armada, sin plastones y sobre todo cómoda. Cuando le preguntamos por su estilo nos dice que él intenta sobre todo que sus creaciones sean vestibles, estilosas y sobre todo cómodas y que favorezcan la fisionomía de cada cliente. Reconoce que este estilo no siempre es acorde con los gustos de sus clientes de mayor edad pero siempre apuesta por una sastrería minimalista.
Antes de pasar la palabra a José, este quiere que destaquemos de Daniel sus valores. Aunque en su opinión cree que no debería haber empezado tan tarde en el oficio piensa que su talento y su facilidad para atender a los clientes compensará dicha tardanza. Además de Daniel señala que capta muy rápidamente lo que quiere cada cliente y que está al día de todas las tendencias. Siente que sus precios no se corresponden con la terminación del producto que entrega y le insiste en que debe actualizar de cara al futuro dichos precios para poder seguir teniendo con él a los mejores oficiales.
JOSÉ ALONSO
José Alonso Romero, 63, natural de Linares y apasionado, además de la sastrería, del flamenco y de las motos empieza en el oficio siguiendo los pasos de un tío suyo. Con ocho años su madre para intentar contener su exceso de energía le lleva a la sastrería donde trabajaba como pantalonera una vecina suya y consigue entretenerle sobrehilando pantalones y pasando hilos. En pocas semanas hace a la muñeca de la hija de una de las oficialas un impermeable el cual crea furor entre las amigas de la niña y José empieza a vender los impermeables y otras prendas de muñeca entre las amigas de esta. Su madre, ante la grata sorpresa de pensar que su hijo tiene un don especial en sus manos, le lleva a ver al sastre para el que trabaja. Este le mandó hacer unas operaciones básicas y el resultado le sorprendió. José Alonso tenía por entonces solo nueve años. A partir de entonces y hasta que cumplió doce años todos los días al salir del colegio iba a la sastrería a jugar con lo que luego se convertiría en su forma de vida.
Contaba precisamente con doce años José cuando cierran la fábrica donde trabaja su padre lo que les obliga a toda la familia venirse a Madrid. Aprovecha que su tío trabaja en Madrid en el taller Divos en la calle Canillas, cuyos socios eran Jaime Gallo y Julián Muñoz, hermano de Pedro Muñoz, para presentarse a los dos socios. Tras ponerle a prueba y comprobar como era capaz con solo doce años de hacerse sus propias chaquetas no dudan en hacerle un hueco privilegiado en el taller.
A los catorce años toma dirección para la Calle Menorca para incorporarse, de la mano de Julián Muñoz, a las filas de la casa de Manuel Dositeo López; según José el mejor oficial del momento y un fuera de serie haciendo gabanes y a quien todavía hoy considera como su maestro. Su estancia allí le fue muy provechosa ya que Dositeo trabajaba casi en exclusiva para tres de los apellidos más famosos de la artesanía nacional de todos los tiempos: Collado (Antonio), los Mogrovejo y Retana. Nuevamente, como parece inevitable José se detiene para hablar de Collado y Mogrovejo e intentar que tanto su hija como Daniel entiendan el porqué todavía ambos apellidos tienen tanto peso en la historia de la sastrería española.
“Los hermano Mogrovejo eran la ortodoxia, el equilibrio, la seriedad, la educación, la cultura, el estilo inglés, el saber cobrar”. “Collado era como dice Luis Enrique Córdoba todo un disparate pero un disparate maravilloso” “Collado era romper con el concepto clásico de sastrería”. “Antonio apostaba menos por el traje de pose y más por la vestibilidad de las prendas”. “Sus prendas podían desbocarse, estar descotadas o incluso no tener los encuentros limpios pero a pesar de todo ello eran únicos”. “Collado ha sido con diferencia el sastre que más ha influido en las generaciones que vinieron después”. “De hecho todos somos un Collado fracasado”. “Desde su desaparición ningún sastre ha conseguido transmitir la imperfección con la belleza y habilidad que él lo hacía”. “A su maestro Manuel Carretero, maestro de maestros, sastre de Alfonso XIII, le debe gran parte de su éxito”. Alonso nos promete contarnos en los próximos capítulos las tres fases por las que pasó el trabajo de Antonio Collado a quien denomina el Goya de la sastrería.
Aprovecha que estamos hablando de Collado para contarnos una anécdota curiosa. Mientras trabajaba en la tienda de Serrano de Pedro Muñoz, de quien dice que es un magnífico sastre aunque desconocido, vieron a un señor al otro lado de la calle y Pedro sin conocerle ni dudarlo le dice a José “José, mira que le quedaba mal ese traje pero me juego un café contigo a que ese traje es de Collado”. A los pocos días el Conde de Mirasol entró en la tienda, le reconocieron y le preguntaron quien era su sastre. La respuesta no podía ser otra: “Antonio Collado”. “Dicho esto y aunque se trata de un perfil muy diferente también me gustaría que se nombrara a Airtiel García Aliste, un sastre de la Calle Mayor que ha hecho por la sastrería española más que nadir y que me enseñó desinteresadamente muchísimo”.
De los sastres actuales quiere dejar claro que la calidad de mano de obra de cada sastrería no es la del sastre que la encabeza sino de las personas que hay en su taller. Por ello, José es de la opinión de que al hablar de la calidad de mano de esta u otra casa no hay que hacerlo de este o aquel sastre sino de este o aquel taller. Como vemos que no contesta nuestra pregunta le intentamos sonsacar la respuesta preguntándole que si él no pudiera hacerse sus trajes a quien acudiría. Y a eso sí nos contesta: a Manuel Calvo de Mora porque “es un hombre con muchos conocimientos y taller propio”. “Y su idea de vestimenta es muy similar a la mía”. Y tras preguntarle a quién iría si Manuel estuviera de vacaciones nos dice que iría al actual Córdova “porque me gusta mucho ese aire de mangas voluptuosas, con encuentros anchos y mangas camiseras con recorrido. Jaime también es un gran sastre que consigue una gran perfección estética en sus trajes”. “Fuera de estos me gusta mucho el estilo de Kiton”.
Con López (Dositeo) permanece hasta los dieciocho años, edad en la que es fichado por los hermanos Mogrovejo y traslada su lugar de trabajo al nº12 de la Plaza de la Independencia. Tras rehacerse al shock que le produjo leer en la puerta el famoso “no se admiten clientes” lo primero que le piden los Mogrovejo para ver si lo admiten o no es que les haga un esmoquin y un abrigo de vicuña. Y con solo dieciocho años José Alonso les hace de tal forma ambas prendas que tras verlas Andrés Sánchez Mogrovejo le dice “esto se puede hacer igual pero mejor no por lo que no olvide que desde ayer trabaja para nosotros”.
Con los hermanos Mogrovejo pasa tres años y con veintiuno decide emprender nuevos caminos y se une a filas de la casa de Jaime Gallo. Hacemos un paréntesis y nos comenta que Jaime siempre tuvo claro que para tener la mejor sastrería tenía que tener a los más aventajados trabajando para él y por eso nunca dudó en contratar a los que él consideraba los mejores independientemente de lo que le costaran; algo esto último que él mismo comprobó cuando le hizo una más que suculenta oferta económica. De hecho por las filas de Jaime Gallo han pasado sastres del nivel de Alberto Reventún, Manuel Calvo de Mora, Antonio Díaz… (de Alberto Reventún apunta que es uno de los mejores sastres, más listo y con un estilo más actual que él ha conocido).
Cuando José Alonso entra en Jaime Gallo la sastrería todavía conservaba el nombre del tío de Jaime, Hilario Casado. En aquellos tiempos la sastrería Hilario Casado contaba con cuatro de los mejores cortadores del momento: Rafael Garrosa, Alberto Reventún, Jaime Gallo y Antonio Díaz a los que se suma José. (es importante tener presente que en aquellos años la sastrería de Jaime hacía 2.200 trajes al año). Jaime le da la oportunidad de hacer todo, absolutamente todo con lo que José había soñado, desde atender al cliente, probar, coser, diseñar etc.
Tras pasar tres años en la sastrería de Jaime Gallo, su viejo amigo Julián Muñoz le habla de la tienda-sastrería que va a abrir su hermano Pedro en la Calle Serrano con Lista y se une a sus filas como responsable de la sección de sastrería. De su etapa en Pedro Muñoz destaca todo lo que aprendió de él. Según nos comenta “Pedro a pesar de su inicial frialdad ha sido la persona más inteligente que he conocido”. “Un día estaba poniendo el escaparate más bonito del Barrio Salamanca y al siguiente estaba corrigiendo las medidas de la tienda a un arquitecto”. “Además de ser un sastre con letras mayúsculas me enseño desde los secretos de un buen zapato, como comprar a los proveedores, como tratar a los clientes, como diferenciar las calidades de las telas y muchas otras cosas que no están al alcance de un sastre”. “Además entrar en su casa fue más fácil que hacerlo en la de los Mogrovejo: Pedro solo me pidió que le hiciera un traje diplomático gris con chaleco”. “Tras llamar a su hermano Julián se convenció de que el traje lo había hecho yo y sin ayuda de nadie”. “Esto hay que ponerlo en el contexto adecuado y entender que muy pocos sastres sabían coser. Ni Jaime, ni los Mogrovejo ni otros muchos sastres de renombre sabían/saben coser. De hecho antes había concursos para elegir las mejores prendas del año y mientras yo me presentaba solo el resto lo hacía con su sastrería, y sus oficiales, al completo”. “Y a pesar de ello algún premio gané….como podría corroborar si le preguntas a Reillo que era parte del Tribunal”.
En Pedro Muñoz está seis años, hasta 1980, y se vuelve con Jaime Gallo pero a la tienda de Serrano, Best. Poco después Bretón abre en Fuencarral cinco sastrerías y tras un breve paso por Best se une a ellos con los que permanece diez años. “En Bretón era tan bestial la cantidad de trabajo que había que no fueron pocas veces las que entregábamos prendas que no estaban bien rematadas”. Después de diez años como responsable de Bretón decide por fin independizarse y se instala en General Pardiñas abriendo la sastrería JAR (José Alonso Romero).
En su sastrería JAR pasa veinte años, hasta 2010, momento en el que expira el contrato de alquiler del local. Empieza a buscar un nuevo emplazamiento y el joven Daniel Schleissner se entera de ello y le propone formar equipo. Tras conocer José a Daniel y su sastrería y comprobar que su idea de hacer no más de cincuenta trajes al año la puede llevar libremente a cabo le dice que sí y se suma a la hasta hace poco conocida como sastrería Sánchez Caro.
Antes de terminar nuestra conversación al “maestro”, como le llaman algunos de sus compañeros, le preguntamos que nos defina su corte. Nos dice que si bien está todo inventado él intenta hacerse eco de las tendencias pero siempre buscando proporcionar la silueta, que su cliente se vea distinguido y todo con el objetivo de que la prenda sea tan cómoda que no te la tengas que quitar para conducir ni para comer. “Es también muy importante conocer al cliente enfrente del espejo y saber no como viste sino como de verdad le gustaría vestir”. “De nada sirve que vaya vestido como yo creo que debería ir si él no está a gusto con la prenda que le he hecho”. “Y a pesar de esto es curioso porque todos mis trajes se parecen”. “Otra cosa que hago que no hacen la mayoría de mis compañeros es trabajar con maniquís. Yo me ayudo de los maniquís conforme hago la prenda y no los uso, como hacen ellos, solo para poner la prenda cuando esta terminada”.
El Aristócrata
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