Con el día de los enamorados celebrado el mes que se acaba de marchar pararse a pensar en el verdadero significado de este día no debería ser tiempo perdido.
No hace tanto tiempo ropa y complementos echaban una mano cuando de mostrar respeto y galantería se trataba. Eran tiempos en los que el pañuelo de bolsillo podía servir para borrar un rimen corrido, y ayudar a ponerse sobre los hombros un largo abrigo permitía a las señoras no tener que desprenderse de su bolso.
Asistir con el abrigo o en la mesa con una chaqueta que ya sobra son detalles de convivencia que no deberían ser malinterpretados. Creo que hoy todos somos conscientes de que la mujer se vale por si sola para todo esto, por ello estos gestos no deberían ser percibidos como machistas sino simplemente de mera educación.
Si antes descubrirse ante ellas era un gesto de lo más habitual y volver a cubrirse una obligación si así ella lo indicaba, hoy llevar el hombre el paraguas evitando que ella se moje, aun cuando eso signifique que seamos nosotros quienes suframos parcialmente el chaparrón es, nuevamente, solo una muestra de cordialidad.
Gestos tan básicos como ayudar con las bolsas, ceder el paso o abrir una puerta no tienen por qué ser considerados gestos de falocracia, sino solo de respeto y buenas maneras. Si servir en la mesa comida, agua o vino al resto de comensales es una muestra de cortesía, hacerlo a ellas primero mantiene en vigor esas reglas que nos diferencian del resto de la fauna animal.
Caminar por la acera por el sitio más cercano a la carretera no te convertirá en mejor persona, pero sí al menos en alguien conocedor de las pautas más básicas de decoro. De ser dos hombres y una mujer los que pasean, el sitio central debería quedarle reservado a esta última. En definitiva, infinidad de gestos con los que mostrar nuestra disposición a servir o ayudar.
Cierto que por protocolo la vestimenta en muchos actos la dicta el hombre, de ahí que en las invitaciones se indique el conjunto esperado en él: esmoquin, traje oscuro etc. Y teniendo esto en cuenta la mujer escoge el suyo. Sin embargo, son infinidad de ocasiones en las que no se apunta nada y cada uno elige la ropa que cree más conveniente, fallando casi siempre el hombre por no estar a la altura de su pareja. Si vemos que ella invierte su tiempo en arreglarse hagamos nosotros lo propio.
¿Cuántas veces vemos parejas en las que ella brilla con luz propia y él parece estar totalmente fuera de contexto? ¿Cuántas fotos donde él parece más ser un fan que se acerca a la estrella pidiendo fotografiarse a su lado que no de hecho su pareja? Si ella ha ido a la peluquería qué menos que nosotros nos afeitemos. Si ella elige un vestido largo no parece lógico obviarlo y vestir el primer conjunto con el que nos sentamos cómodos. Un alto tacón exige un zapato de cordones, un conjunto de cóctel al menos corbata, un elegante abrigo uno largo en nosotros. Esto no es ser anticuado, es sólo sentido común.
En tiempos convulsos como los que vivimos, hoy más que nunca se antoja necesario volver sobre los guiños más básicos de galantería y no dudar en ponerlos en práctica. Recordemos que el día de los enamorados es mucho más que un bonito regalo.
Abrir la puerta del coche, acercarla a la entrada de nuestro destino para luego nosotros ir a aparcar o volver sobre aquel mandamiento de ser nosotros los que corramos con la cuenta no son actos a olvidar sino a tener hoy más que nunca presentes.
Enamorados o no, ofrecer nuestro brazo bajando las escaleras, acercar la silla cuando vayan a sentarse en la mesa, levantarnos cuando ellas se excusen… lejos de ser actos cursis son actos de cortesía y mera urbanidad.
El Aristócrata