Todos conocemos la célebre frase de Oscar Wilde: “No hay una segunda oportunidad para una primera impresión". Hoy, en un momento donde la imagen parece no importar lo más absoluto, esta afirmación cobra, si cabe, más relevancia.
Obviamente, la elegancia masculina la aporta además de la ropa también nuestra forma de ser, actuar y comportarnos en sociedad. Son, de hecho, estas últimas pautas las que determinarán el verdadero grado de elegancia de cada persona.
No obstante, si atrevido resulta ya enjuiciar la elegancia masculina exterior, temerario sería hacer lo propio con la interior. Seguramente a nadie le resulte ya una novedad lo que los expertos en comunicación llevan afirmando desde hace varios años, esto es, que los primeros diez segundos de conocer a una persona son los responsables de la percepción que sobre ella se tendrá en el futuro.
Y esa primera imagen que permanecerá en la retina le vendrá dada en gran parte por el atuendo escogido. Según transcurran los primeros minutos de cualquier encuentro la imagen del caballero irá cambiando en aquel que con él comparta su tiempo. De ahí que siempre resulte más fácil afianzar en los demás una buena percepción de uno mismo si esa primera impresión fue positiva.
El dicho popular de que el hábito no hace al monje y que las apariencias engañan aplica en todos los ámbitos de la vida y en el tema que nos ocupa no deja de ser menos cierto. Sin embargo, un cuidado aspecto puede decir mucho a favor de quien se ha tomado la molestia de que su presencia refinada le distinga. El vestir correctamente no debería ser considerado nunca como una muestra de esnobismo sino también como de deferencia hacia las personas con las que se vaya a compartir el tiempo.
Conseguir una imagen cuidada no deberá resultar algo complicado. La elegancia es sinónimo de sencillez y saber estar. Evitando prescindir de la corbata con traje, ese botón del cuello de la camisa desabotonado o la fea costumbre de desprenderse de la chaqueta durante reuniones o en restaurantes se estará transmitiendo una imagen más distinguida de la que muchos hombres muestran hoy en día.
Pensemos por un momento en el desaparecido Giovanni Agnelli. Seguramente la mayoría de los mortales nunca llegó a intercambiar ni una sola palabra con él pero la imagen que recuerdan de él es la de un hombre tremendamente exitoso en los negocios y en el amor. Si nunca habían tenido contacto alguno con él y Giovanni Agenelli no era el único empresario exitoso por aquel entonces: ¿por qué asociaban a él más que a ninguna otra persona el mayor de los éxitos?. Pues sencillamente porque lo que veían en él no era otra cosa que un personaje exitoso, con una indumentaria perfectamente cuidada, de corte exquisito, fabulosamente bien combinada, en definitiva, una imagen impoluta.
Las diversas investigaciones llevadas a cabo hasta la fecha muestran insistentemente que los seres humanos emiten sentencias firmes sobre las personas de su entorno en solo cuestión de segundos. Así, por ejemplo, Nalini Ambady y Robert Rosenthal, psicólogos de la Universidad de Harvard, grabaron a varios profesores de esta prestigiosa Universidad impartiendo clase. Posteriormente les pasaron fragmentos sin voz de escasos segundos de dicha grabación a personas ajenas a ellos para que los puntuasen. Dichas personas incluso viendo solo dos segundos de dicha grabación emitían idéntica puntuación a aquella que habían apuntado en sus cuadernos mucho más tarde tras ver el video durante varios minutos. Esto les sirvió a Ambady y a Rosenthal para afirmar que esa primera imagen de la persona es la que se suele consolidar incluso con el paso del tiempo.
Y si esto resulta cuanto menos sorprendente más lo es el hecho de que las conclusiones de estas personas ajenas a la universidad quienes solo vieron el video durante unos segundos eran muy parecidas a las que tenían los alumnos tras dar clases seis meses con ese mismo profesor!!.
Esta percepción que se llegar a tener de las personas con las que se entra en contacto por la mera apariencia física ha sido puesta en relevancia en infinidad de estudios. Así, por ejemplo, los profesores Michael Sunnafrank y Artemio Ramírez de la Universidad de Minnesota, analizaron el comportamiento de ciento sesenta y cuatro jóvenes que no se conocían entre sí y que nunca antes habían coincidido. Después de reunirlos en parejas, los dejaron conversar durante escasos minutos y a continuación les pidieron que rellenaran un cuestionario con el objetivo de conocer con qué jóvenes cada uno de ellos tenía mayor empatía. Trascurridos dos meses de relación entre las parejas, el noventa y cinco por ciento de ellas confirmaron la impresión que sobre su compañero de experimento habían asimilado en aquella corta conversación inicial.
Ambos profesores concluyeron su investigación constatando el hecho de que una gran mayoría de jóvenes pudo determinar a primera vista quienes serían aquellas personas con las que mejor podrían interactuar en el futuro. Esto ratifica la validez de la primera impresión y la importancia de la indumentaria como instrumento de regulación de las relaciones interpersonales.
Igualmente, el profesor Frank Bernieri, jefe del Departamento de Psicología de la Universidad de Oregón y conocido estudioso del comportamiento humano, afirma en varios de sus estudios que a la hora de trasmitir un mensaje “hoy parece pesar más el cómo que el qué. Y no pueden ni imaginarse el impacto que tiene la vestimenta en la primera impresión". Bernieri asegurará que borrar esa primera impresión resulta luego muy comlicado.
Seguramente si un hombre acude al bar de moda en vaqueros, con camiseta y zapatillas no debería extrañarle si no le permiten la entrada. Sin embargo, y a pesar de que ese caballero siga siendo el mismo, de presentarse al día siguiente en el mismo bar con una blazer cruzada, una camisa a rayas y unos cuidados mocasines seguramente la respuesta que encontrará por parte de la puerta sea bien diferente. Como concusión, si a ningún caballero le gustaría que le recibieran con un: "disculpe que no le abriese, es que tenía usted pinta de sospechoso” debería cuidar con especial atención su parte más visible: el atuendo.
Si bien es importante la vestimenta también cuidar el aseo personal resulta de vital importancia. Unas uñas sucias o mal cortadas, un cabello mal peinado, una barba mal cuidada etc., destruirán el buen efecto que un elegante traje haya podido causar. Si se encuentra en una reunión de trabajo con varias personas desconocidas podrá observar como al comienzo de la reunión, y de forma implícita, se presta más atención a aquel señor que destaca por su indumentaria sobre el resto. El motivo no parece ser otro que si esa persona viste un elegante traje y una camisa bien elegida y combinada, destacando visiblemente sobre la vestimenta del resto de los participantes, intrínsecamente se asumirá que esa es la persona con mayor estatus en la mesa de negociación. Aunque sea todo lo contrario.
Una buena imagen exterior es la mejor tarjeta de visita. Ir elegantemente vestido y aseado lleva implícito una serie de presunciones como éxito, gusto y posición social que de utilizarlas correctamente pueden ser una gran ayuda de cara a las relaciones personales y profesionales.
En definitiva, una correcta primera impresión de vital importancia ya que muchas veces no se tendrá una segunda oportunidad para remediar aquella mala primera impresión. Y si esa primera impresión se forma en escasos dos segundos parece obligado que los caballeros cuiden en todo momento y circunstancia su atuendo. Sorprendería observar como un look cuidado puede abrir o cerrar puertas en solo cuestión de segundos.
La tercera remesa lista para enviarse esta semana.
El Aristócrata