EL CABALLERO
Mi principal debilidad material desde que prácticamente tengo uso de razón han sido los relojes; debilidad a la que solo se ha acercado mi pasión por la zapatería.
Todavía conservo orgulloso y en perfectas condiciones aquel Orient de cuarzo que me regaló un familiar por mi Primera Comunión.
Los amantes de los tatuajes mantienen que cada vez que uno nuevo cubre un espacio de su piel este les recordará ya siempre ese acontecimiento que de una forma u otra les ha marcado en su vida.
Y a mi me ha pasado lo mismo con mi pequeña colección de relojes. Cada momento importante de mi vida ha venido acompañado por la entrada en casa de un nuevo reloj a quien cuando le puedo ver me recuerda porqué vino entonces.
Si a aquel primer reloj le siguió por un regalo especial un Lotus, el tiempo, la importancia de los acontecimientos y la pasión por la relojería harían que a estos les acompañaran en la caja de seguridad de un buen amigo otros como un Longines, un Breitling, un Cartier, un Girard Perregaux, un Omega, un IWC o un Rolex.
Igualmente, el conocimiento adquirido con los años y el deseo de contar con piezas manufactureras hizo que mis gustos se empezaran a dirigir hacia mecanismos concretos y no hacia marcas en general. Así, diversos calibres de Zenith o de Jaeger-LeCoultre fueron los que colmaron mis ansias más puristas relojires; calibres todos ellos alejados de los movimientos ETA o Valjoux “modificados” que campan a sus anchas dentro de muchos relojes de precios injustificados donde lo que se paga es una marca de moda o con una larga historia solo sustentada por un buen equipo de marketing.
Indudablemente, todavía hay una larga lista de relojes realizados por maestros relojeros independientes como François Paul Journe, Tomas Prescher o como los hermanos Mc Gonigle, cuya perfección y complejidad de movimientos harán que siempre haya un nuevo reloj ocupando la lista de deseos.
Indudablemente, todavía hay una larga lista de relojes realizados por maestros relojeros independientes como François Paul Journe, Tomas Prescher o como los hermanos Mc Gonigle, cuya perfección y complejidad de movimientos harán que siempre haya un nuevo reloj ocupando la lista de deseos.
A pesar de haber muchos tipos de compradores de relojes, digamos de gama alta, yo los clasifico principalmente en dos grupos. Los que compran marketing, marca, diseño o estatus y los que prefieren gastar su dinero en marcas poco conocidas para el gran público pero con maquinarias muy superiores a las anteriores.
Igualmente, el hecho de que ningún reloj automático por caro que sea pueda conseguir la exactitud que proporciona un reloj digital de pila, relojes infinitamente más baratos, deja claro el gusto de ciertos caballeros por lo intemporal y por los movimientos fabricados por los mejores artesanos relojeros del mundo.
Independientemente de los mensajes lanzados por las principales casas relojeras son escasísimas las veces que un reloj puede representar una inversión. Sin embargo, si tenemos en cuenta que nosotros no poseemos muchos objetos personales que puedan ser disfrutados por generaciones venideras, el tener de un buen reloj parece estar más que justificado.
Hoy en día el concepto de “manufactura” resulta cada vez más confuso. Si bien son pocas las casas que no admiten no ser manufacturas la realidad es bien diferente. Las casas relojeras donde se realiza el reloj casi en su totalidad, por oposición a los talleres de terminación en que sólo se efectúan el montaje, el afinado, la colocación de las agujas y la puesta en la caja se podrían contar con los dedos de las manos.
Debido a ello, resulta más acertado en vez de hablar de una casa relojera manufactura hacerlo sólo de movimientos. Así, por ejemplo, si bien hay casas que no pueden considerarse manufacturas por haberse limitado sólo a modificar levemente algún calibre sí pueden haber fabricado algún movimiento 100% manufactura.
Lejos de las marcas de moda del momento, el amante de la verdadera relojería preferirá decantarse por ciertas casas centenarias y de enorme prestigio, como Patek Phillipe, Breguet, Vacheron Constantine o A. Lange&Söhne, que sí han sabido aunar una larga historia con movimientos de enorme complejidad.
Y decimos esto porque no deja de ser curioso observar como en los relojes las modas juegan un papel también fundamental. De hecho, muchos caballeros sucumben a ellas sin ni siquiera ser conscientes de que un sencillo Hamilton alberga en su interior un mecanismo prácticamente similar al de ese nuevo reloj que acaban de adquirir por varios miles de euros más.
Si a comienzos del año dos mil ciertos políticos ponían de moda los relojes del controvertido Frank Muller los menos pudientes de su clase hacían lo propio con los recién aterrizados Hublot. Todo ello sin importarles lo más mínimo que el mecanismo que albergara el reloj en cuestión fuera de cuarzo o en el mejor de los casos alguno de los extendidos calibres automáticos de Valjoux.
Hoy, si bien han cambiado las tendencias estas siguen jugando un papel fundamental. La moda del Frank Muller, relojes elegantes pero que quedarse en los modelos de acceso a la marca no tienen atractivo alguno, dejó paso a otras como la de Audemars Piguet.
Aunque la calidad de Audemars Piguet está más que contrastada, esta casa suiza pasó a ser de repente obligatoria, sobre todo sus modelos off shore, entre aquellos caballeros que se resistían a que su muñeca dejara indiferente al personal a su paso.
Si bien a ningún entendido le importaría contar con un reloj Audemars Piguet por su enorme calidad y por ser una marca que se ha ganado por méritos propios un puesto privilegiado entre las más deseadas, tampoco deberíamos caer en la ostentación de la que muchos de sus modelos hacen gala. Para eso ya están esos enormes relojes militares italianos, pocos de interés, a los que el mejor equipo de marketing de relojes de los últimos años ha devuelto a la escena del “lado oscuro”.
Hoy parece claro que el mercado de los relojes de verdadera alta gama en el futuro no será igual y no pasará, como todavía lo hace ahora, por esas casas que venden miles de relojes en todo el mundo. Por el contrario, serán las escasas piezas de los más reputados artesanos relojeros independientes como McGonigle, Thomas Prescher, Urwerk, FP Journe o Greubel Forsey las más codiciadas por los amantes de la más alta relojería.
Si bien estas últimas marcas no sonarán al típico comprador de Rolex, Panerai, Cartier o Hublot, qué duda cabe que su exclusividad, refinamiento y calidad las sitúan en otra dimensión y colman los deseos de los verdaderos amantes de la alta relojería.
Dicho todo esto, yo soy de la opinión de que la elección de un reloj es algo muy personal y no tiene porqué haber elecciones erróneas ya que siempre habrá caballeros que le den mayor importancia al diseño mientras otros potenciarán el carácter manufactura de su reloj.
En lo que si estaremos de acuerdo unos y otros es que el reloj se ha convertido hoy en un complemento más de la indumentaria del caballero.
El más que destacable desembolso que un buen reloj exige obliga a estudiar con detenimiento además de la gran oferta existente también el uso al que lo vamos a destinar. Así, por ejemplo, parece lógico que no sea el mismo reloj el que se lleve cuando se vista de sport que el que marque la hora cuando sea el chaqué el protagonista.
Como norma general, se deberá huir de los maxi relojes, tan de moda hoy, cuando se vista de etiqueta o se adopte un aspecto formal. La idoneidad de buscar la proporcionalidad de las diferentes prendas también aplica al reloj. Un reloj de 44mm, por mucho que a su propietario le guste, no es apropiado para vestirse con un chaqué o un traje de tres piezas. Para estos conjuntos existen opciones mucho más acertadas como es un reloj de bolsillo o uno de unas medidas discretas de 36 o 38mm.
Por el contrario, si se viste de sport o incluso con corbata pero de forma más informal, como se hace en los Casual Fridays, un reloj de mayor diámetro puede completar el conjunto de forma elegante.
Tampoco los relojes joyas, por exclusivos que sean, son adecuados en un caballero. La elegancia debe ser sencillez y discreción pero nunca esnobismo. Es por ello por lo que los relojes de pulsera de piel son, por norma general, más elegantes que los de acero u oro.
Hay infinidad de relojes de una enorme belleza y complejidad técnica que no necesitan hacerse presentes por los materiales preciosos utilizados en ellos y que, sin embargo, son infinitamente más bellos.
En definitiva, se trata por un lado de buscar una adecuada concordancia entre el reloj y el resto del atuendo y por otro de conseguir que no sea éste el primer blanco de las miradas del entorno.
Hoy resulta muy poco probable que alguien se compre un reloj pensando en que éste se limite únicamente a darle la hora. Tanto su aspecto exterior como su tipo de maquinaria son atributos que cobrarán un valor fundamental en su elección.
El reloj, al igual que ocurre en gran medida con el coche, se adquiere pensando, además de para ser utilizado conforme su función natural también para transmitir un tipo de gusto y tristemente no en pocos casos la posición económica de su propietario.
Por ello, un reloj puede decir mucho más que simplemente la hora; puede hablar y contar muchas cosas de su propietario. No resulta atrevido afirmar que viendo el reloj de una determinada persona se estuviera más cerca de poder determinar qué tipo de zapatos y qué tipo de corte de traje es el de su propietario.
Si alguien viste un enorme reloj de plástico digital de color naranja difícilmente se podrá esperar que sea acompañado por un zapato de corte clásico. De la misma manera, si un caballero se ha podido permitir el lujo de tener por reloj uno con el punzón de Ginebra con bastante seguridad vestirá un traje de aspecto cuidado.
Seguro que a muchos caballeros resultará familiar la frase de Patek Phillipe que dice que sus relojes nunca son del todo de su propietario sino solo el placer de custodiarlo hasta la siguiente generación.
Esta frase se podría hacer extensiva a la mayoría de las piezas que cuenten con un diseño intemporal y que por su calidad puedan acompañar al caballero hasta el momento en que esa segunda generación se haya ganado el honor de custodiarlo hasta la siguiente. Simplemente por esto muchos podríamos argumentar que nunca un buen reloj termina siendo demasiado caro.
A pesar de todo lo aquí argumentado, con toda seguridad tanto a los propietarios de los relojes del momento como a los amantes de las maquinarias les sobrarán motivos para defender su compra. Y esto no hace otra cosa que enriquecer el debate; siempre y cuando ese debate sea sosegado y lo menos pasional posible; algo muy difícil cuando de hablar de relojes se trata.
El Aristócrata
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